"Patear la calle", Por AW
Desde que empecé este camino de la comunicación como profesión, escuché en boca de algunos periodista y comunicadores sostener como máxima “Hay que patear la calle”.
He visto esta cátedra de algunos colegas, innumerable cantidad de veces, personal y virtualmente. Por ejemplo, hace unos años pegué la nota “Lo que mata” de Martín Caparrós en un muro Facebook. El artículo analiza de forma acertada los negocios que se hacen alrededor del cambio climático. Un contacto comentó el enlace, dijo parafraseando, que con que derecho ese escritor acomodado que trabaja para la ONU opina sobre lo que pasa en el mundo, que le falta salir a la calle a militar y a cambiar la realidad desde la militancia todos los días. Hace poco también leí que alguien, en la misma red social, decía que estaba cansado de quienes critican y que porque, en vez de criticar, no salen a patear un poco la calle.
En primer lugar, es curioso como quienes hablan de “patear la calle” o de “cambiar la realidad desde la militancia” asumen que el otro no recorrió un camino y, como, para esa visión, cambiar la realidad solo se puede hacer desde conceptos tan vagos y amplios como los que defienden. En todo caso ¿qué es patear la calle? y ¿quién define que la hayas pateado lo suficiente?.
Cuando leo a un periodista o comunicador (en este caso es indistinto) quiero, fundamentalmente que me de una llave para entender mejor la realidad, cual cerrojo escrito en clave secreta. O que haga luz en un aspecto que yo no veía, ¿qué me importa si Caparrós u otro escriben desde una MAC o viven cómodamente de lo que les gusta hacer?, ¿por qué suponer que cuando alguien dice algo que no coincide con lo que algunos piensan es porque “no pateó la calle” o por qué tuvo la vida más fácil?, ¿por qué hacer una crítica es prácticamente lo mismo que “quejarte sin hacer nada”, cuando el rol de un periodista es, entre otras cosas, justamente, ser crítico?.
Este “patear la calle” como máxima, también en general va acompañado de un desprecio implícito o manifestado por el trabajo intelectual. Con trabajo intelectual me refiero al trabajo entendido como práctica individual de preguntarte por tus propias acciones y creencias, sopesar, matizar tus prácticas con una reflexión propia, y con reflexiones de otros, leídas, escuchadas, aprendidas. Es tamizar lo aprendido, lo vivido. Creer que vas a conocer la realidad “pateando la calle” es la misma simplificación que creer que te vas a volver inteligente absorbiendo lo que dice un texto.
El rol que tenemos quienes trabajamos con la palabra es fundamental a la hora de construir imaginarios sobre la sociedad. Nuestro objetivo debería ser derribar preconceptos, por lo menos es el mío al escribir esto. La realidad también, y por sobre todo, se cambia a través de la palabra. Es llamativo que quienes trabajen con ella hagan acusaciones a otros que la usan como herramienta. El rol de un periodista o comunicador es hablar sobre lo que pasa, aclarar el panorama y propiciar la reflexión. Escribir es, en ese sentido, hacer una reflexión crítica sobre lo que vivimos como individuos y como sociedad.
Por otro lado, mucho del camino para poder escribir también es sentarte a leer, reflexionar, volver a leer, volver a reflexionar; todo como parte de un proceso unido con la experiencia. En la actualidad, Internet, bien usada, es una herramienta fundamental, pero además, insisto, un buen comunicador tuvo que necesariamente salir de su zona de comodidad para hablar acerca del mundo. Pero quienes hablan de “patear la calle” desestiman el trabajo intelectual, ponen en un podio la experiencia (entendida como el acto de “patear”) como única vía a la realidad (“la calle”). Y la verdad es que si al menos no hacés un trabajo intelectual, esa realidad te termina absorbiendo y corrés el riesgo de volverte aquello que criticás.
El “patear la calle”, como argumento de quienes se creen que están cambiando el mundo, es parte de una visión simplista, sentimental y vacía que recorre muchas ideas y conceptos. La reivindicación del “hacer sobre el pensar”, de la que habla Sandra Russo en el artículo “Cada loco con su tema”, es un ejemplo de ello. Es sostener algo tan absurdo como creer que elegir un determinado destino turístico o escuchar alguna banda por sobre otra, te vuelve alguien mejor que otro o al menos más comprometido. Es, tengo que decirlo, una visión un poco irracional del mundo.
Es el mismo argumento de la buena onda o del mal humor frente a quien piensa de una forma diferente, a favor o en contra de lo que sea. Es subestimar los argumentos del otro como si un estado de ánimo aleatorio lo hiciese perder o entrar en razón.
No importa si alguien se cree (y dice que es) revolucionario y luego actúa a favor del status quo de la sociedad. En tal caso, no es un revolucionario. Quienes se creen revolucionarios criticando a otros que buscan ser mejores profesionales todos los días, no son revolucionarios, son en muchos casos “revolucionarios virtuales” y sostienen su ideal de “patear la calle” como la nueva llama del periodismo.
Lo único que falta es que algún representante de Clarín o del Gobierno digan que “hay que patear la calle”, y de hecho, lo dicen a su manera. Ni siquiera se trata de una discusión en contra o favor del Gobierno. No se trata del Gobierno, el problema es más amplio y subyacente, y tiene que ver con una concepción errónea de lo que se llama realidad, trabajo, pensar ¿con qué llenamos esos términos?.
Creo indudablemente que el camino para mejorar desde el rol de periodistas, comunicadores, es unir la teoría con la práctica, desde el rol de aprendiz, con humildad genuina para llenarse de saberes nuevos. Ir a la práctica es una necesidad, sin dejar la reflexión, el análisis de lado, no como valor agregado sino como algo esencial de cualquiera que tenga como ideal aportar algo mejor al mundo.
Pienso que hay que volver a la idea del oficio de la que habla Gabriel García Márquez en su famoso discurso “El mejor oficio del mundo”. García Márquez habla de lo que no te puede dar una carrera, entre otras cosas, la curiosidad por la vida; y de la necesidad de tener como base cultural la lectura y ser autodidactas.
Elegir una profesión, como forma de vida, y de hecho, elegir como vivir la vida, es un acto de honestidad intelectual que solo puede sostenerse entre el decir y el hacer, entre la teoría y la práctica.