7 de septiembre de 2010

6 DE SEPTIEMBRE DE 1930, EL ORIGEN DE LA VERGÜENZA

Se conmemoraron ayer 80 años del golpe a Hipólito Yrigoyen

EL 6 DE SEPTIEMBRE DE 1930 FUE EL DERROCAMIENTO DE HIPÓLITO YRIGOYEN, PRIMER PRESIDENTE ARGENTINO ELEGIDO POR EL VOTO POPULAR.

La historia nacional lamentablemente está llena de episodios amargos, de los cuales cada argentino no debe olvidarse, es por eso que cada 24 de Marzo se conmemora el día de la memoria,  haciendo alusión a uno de los episodios más dolorosos de la historia argentina  que se escribieron con sangre. Sin embargo, aquel capítulo oscuro de 1976 que marcó el último gobierno de facto en nuestro país tiene un origen que se remonta a unos  46 años antes, más precisamente  un 6 de septiembre de 1930, cuando el General José Félix Uriburu inauguraba el primer Golpe de Estado de nuestra historia.
    Aquel 6 se septiembre,  próximo al inicio de la primavera,  no tendría nada que ver con campos verdes,  ni  jazmines  floreciendo, si no más bien tuvo  que ver con fusiles y botas que desfilaban por las calles de la desolada Buenos Aires  y lo único que floreció  fue  el fin de la democracia y el olvido de la ley Sáenz  Peña  por la que tanto luchó el gran caudillo del Radicalismo,  Hipólito Yrigoyen.
    La lucha por la apertura democrática había comenzado con aquella Revolución del Parque en la década de 1890 liderada por Leandro Alem,  Aristóbulo del Valle y el mismo Hipólito Yrigoyen.  La fundación del partido radical marcaba la resistencia a un régimen conservador, que hacía uso de los recursos de un país muy rico en materias primas, en beneficio propio  y se olvidaba de las necesidades del pueblo que sufría las crisis económicas  y políticas de la época. Ese pueblo  que se hallaba  sin poder alzar la voz por miedo a la represión de Estado que ya había liquidado a las montoneras del interior.
    A partir de ese momento los sinsabores para el radicalismo fueron constantes, las muertes de sus fundadores Alem y Aristóbulo del Valle y los fracasos revolucionarios por derrocar a un sistema oligárquico, un régimen que amedrentaba al pueblo y  cercenaba sus libertades. Sin embrago, la fuerza inagotable de Yrigoyen y de un partido joven, la U.C.R,  que respaldaba a su gran líder siguieron adelante contando con un  incondicional apoyo popular, hasta lograr el sufragio universal, secreto y obligatorio.
   Con la ley Sáenz Peña  la oligarquía nacional perdería su lugar de privilegio en la política argentina,  ya que en 1916 comenzaría el primer gobierno radical que representaría al pueblo llegando al gobierno a través de su fiel representante  Hipólito Yrigoyen.  Desde entonces, los sectores más recalcitrantes de nuestro país  esperaron el momento para derribar al “gobierno de la chusma”, al gobierno popular y dejar sin efecto la ley que hizo posible la libre expresión del pueblo, sin importar los intereses del país,  formaron alianzas con capitales extranjeros  que se veían perjudicados por el radicalismo.
    Hacia 1922 llegaba el momento de la sucesión  presidencial, era el turno de Alvear, el elegido por Yrigoyen para continuar la obra radical que ya tenía sus bases bien firmes.  La bandera de YPF flameaba en lo alto como la gran obra de soberanía nacional, bajo la conducción de Mosconi y daba el ejemplo a América Latina  de que se podía luchar contra el imperialismo de los Estados Unidos. Para la época,  a los ojos del mundo,  Argentina se mostraba como abanderada  en la lucha por el respeto a la soberanía y la igualdad de los pueblos, lo había demostrado en Ginebra  cuando la voz de Yrigoyen se alzó contra los vencedores de la “gran guerra”, pidiendo la construcción de una verdadera paz,  que ofrezca igualdad en las posibilidades para el desarrollo de  todos los pueblos, vencedores y vencidos.
    El 6 de septiembre  comenzó a planearse desde la salida de Yrigoyen del poder en su primer gobierno, un sector del ejército nucleados en la logia San Martín se había puesto como objetivo impedir un nuevo gobierno del “peludo”,  como llamaban despectivamente al ex presidente. Dentro del sector de uniformados se podían destacar las siguientes personalidades: Pedro Pablo Ramírez, Juan Pistarini, Francisco Bosch, Benjamín Menéndez, Arturo Rawson, José Félix Uriburu y Perón, que aunque más tarde convertido en demócrata se arrepentiría de ello. . Este círculo militar había logrado colocar como ministro de guerra a uno de sus adeptos, siendo designado por el mismo Alvear  en el cargo a Agustín P. Justo,  hombre que será fundamental en  la obra oligárquica  que entregó  el país a los capitales ingleses, en la llamada década infame,  con fraude electoral y negociados como el de” la carne”  dentro del tristemente célebre pacto Roca-Runciman.
    Durante los años 1927 y 1928, los opositores a Yrigoyen  se alteraban cada vez más al no poder impedir un nuevo triunfo que devolviera la presidencia al viejo luchador radical.   
     No obstante, la suerte de Don Hipólito y del país mismo estaba echada.  La oligarquía sumaba a la oposición civil y militar los aportes  de los capitales ingleses y norteamericanos,  decididos  a  terminar con el gobierno radical, popular y nacionalista.
    La Stándar Oil  y la Shell se veían perjudicadas con el gran crecimiento de Y.P.F,  y la intención del caudillo radical por sancionar la ley de nacionalización del petróleo (ya aprobada por la cámara de Diputados) y solo faltaba que la apruebe el senado para que se haga efectiva, la ley  permitiría al Estado tener el control sobre la exploración, explotación y transporte del mineral.
   El objetivo era lograr el autoabastecimiento del combustible sin necesitar de Inglaterra o de Estados Unidos. Para lograr esto, Mosconi  tenía pensado llevar a cabo un tratado muy favorable para el país con la empresa Estatal rusa  Yuyamtorg, el acuerdo  consistía en la adquisición de petróleo ruso a bajo costo a cambio de material agropecuario para Rusia. Con este tratado se abría un nuevo mercado para el país  que dejaría   de depender de Inglaterra para colocar su producción agro ganadera.
    Estos tratados con el gigante comunista fueron vistos con horror por la oligarquía y por sus aliados yanquis e ingleses. Los capitales extranjeros estaban decididos a solventar cualquier tipo de acción para evitar ser perjudicados.
     1930 era el año del petróleo, mientras se libraba la batalla salteña por librarse de las garras norteamericanas por los pozos petroleros de la provincia,  Yrigoyen llamaría a Sesión Extraordinaria para que el congreso argentino tratara el proyecto de Nacionalización. Para septiembre se lograría la mayoría radical  en el senado  necesaria para aprobar el proyecto. Pero los sueños de soberanía nacional no serían realidad, el golpe estaba planeado y listo para ser efectivo, en el ambiente había olor a petróleo,   Uriburu y sus camaradas estaban al asecho para derrocar a un Yrigoyen enfermo, para septiembre  había delegado el cargo en su vicepresidente Martínez.
    El momento era el más propicio, el país se veía envuelto en la crisis mundial desatada en Estado Unidos en 1929 producto de la caída de la bolsa de Nueva York, los mercados mundiales se paralizaron y cerraron, el capitalismo afrontaba uno de los momentos más críticos en la historia y Argentina era una victima más, al igual que la mayoría de los países occidentales.
    En los últimos días de agosto y en  los primeros de septiembre, el ambiente estaba cubierto por una atmósfera gris, pesada,  que presagiaba que algo sucedería. Yrigoyen padecía una gripe muy fuerte  que lo tenía a mal traer y finalmente el día 5  debió delegar el mando a su vicepresidente Martínez. Todos sabían que algo iba a suceder, sin embargo el entorno del presidente seguía inerte ante la situación, la única persona que había tomado decisiones dando de baja a muchos integrantes del ejército que conspiraban,  ya no era parte del gobierno. Dellepiane había decidido renunciar ante los oídos sordos del gobierno que no quería escuchar la voz de alarma ante la realidad que se vivía. Martínez y Elpidio González que había asumido el ministerio de guerra,  solo tomaron como medida implantar el Estado de Sitio.
    Mientras esto sucedía Uriburu conspiraba y reunía sus fuerzas para dar la estocada final, sin embargo, no todo era color de rosa para los conspiradores, ya que muchas guarniciones,  entre ellas Campo de Mayo, juraban lealtad al gobierno.
    Pero la suerte estaba echada, el día 6 de septiembre, José Félix Uriburu marchaba al frente del Colegio Militar enviando el siguiente mensaje al gobierno: “En este momento marcho sobre la capital a la cabeza de las tropas de la primera, segunda y tercera división del ejército. Esperamos encontrar a nuestra llegada su renuncia de vicepresidente, como también la del presidente titular. Los hacemos responsables de cualquier derramamiento de sangre para sostener un gobierno unánimemente repudiado por la opinión pública.”
    Muchos fueron los consejos para actuar sobre lo acontecido que recibió el vicepresidente  de la república, sin embrago, prefirió seguir esperando la llegada de un ejército que sin oposición alguna llegaría a la capital, así encontró en la casa rosada sólo la bandera de parlamento izada por Martínez. El gobierno estaba rematado, pero en Campo de Mayo esperaban instrucciones para llevar a cabo la contraofensiva, instrucciones que nunca recibieron.
    Yrigoyen mientras tanto enfermo era trasladado a La Plata por el hombre más leal que tenía en el gobierno, Horacio Oyhanarte. Al llegar se encuentra con la noticia  de la renuncia de Martínez y es llevado preso en estado gravísimo de salud al cuartel 7 de infantería donde firmó su renuncia. El golpe militar ya era un hecho y la Corte Suprema de Justicia cómplice de la junta  se ocupó de legalizar la obra del ejército  declarándolo DE FACTO en su Acordada de 10 de Septiembre de 1930, de esta forma todos los gobiernos militares de la historia estarían justificados.
    El régimen militar devolvió  a la gran oligarquía argentina el primer lugar en la escena política.  A partir de ese momento comenzaría la hora de la espada, tal como mencionó por la época Leopoldo Lugones. Se inicia así un largo período oscuro en la historia nacional donde  solo un gobierno constitucional lograría cumplir en tiempo y forma su período, el gobierno peronista de 1946-1952 (con el apoyo de la Iglesia Católica y el Ejército). El destino del país estaría a la merced del ejército que amenazaría constantemente al presidente de turno. De esta manera  se llegó al último golpe, el más sangriento de todos en 1976, que terminó arrojando cifras económicas catastróficas,  destrucción de la industria nacional, violencia, desaparecidos, etc.
   En 1983, una vez más como en 1916, el radicalismo tenía la misión de restaurar y consolidar  la democracia, responsabilidad que supo sobrellevar con creces Raúl Alfonsín.

PROFESOR, LUIS PULEN
DIR. Del Dto. De Educación
Instituto Crisólogo Sarralde