13 de octubre de 2022

Más de 200 mil dosis fueron aplicadas en la UNQ

Luego del inicio de la Campaña Nacional de Vacunación más grande de la historia argentina en diciembre de 2020, la UNQ abrió sus puertas el 17 de marzo de 2021. En un puñado de días, un grupo de personas tuvo que acondicionar el gimnasio que había estado parado durante un año para montar un centro vacunatorio con todo lo que ello implicaba. En menos de una semana, la posta coordinada por Juan Pérez se puso en funcionamiento para recibir a las personas que tenían turno en esa sede.


Con un promedio diario de 400 inoculaciones, el vacunatorio llegó a atender a casi dos mil personas en una jornada cuando se impuso el pase sanitario para la temporada de verano 2022 y se acercaron quienes no se habían vacunado, quienes tenían el esquema incompleto, los que debían recibir la dosis de refuerzo y hasta la vacunación pediátrica que ya estaba en marcha.


“La primera etapa fue la más linda porque la vacuna fue la esperanza y la posibilidad de volver a la vida. Había gente que salía por primera vez del encierro y era para inocularse. Muchos tuvieron la chance de conocer por primera vez a sus nietos y reencontrarse con sus seres queridos a partir de esa primera dosis”, afirma Patricia Lorenzo, personal de administración del vacunatorio montado en la UNQ, en conversación con la Agencia.


Dosis de empatía

Desde que empezó la Campaña en la UNQ, todo el personal tuvo que lidiar con las emociones de las personas que llegaban. Angustia, llanto, preocupación, dudas y alegrías eran parte del cotidiano. “Una parte de nuestra función, que era trasversal a todos los roles que había en el vacunatorio, era contener a la gente y garantizar el derecho a la salud de la manera más amable posible”, destaca Larribeau.


A su vez, Lorenzo recuerda esa época y hace énfasis en el rol de algunos medios y comunicadores: “Hacíamos un poco de terapeutas porque la gente venía con una carga emocional bastante fuerte. Entre la enajenación que produjo el encierro más la desinformación de los medios, donde todas las vacunas eran sustancias venenosas, el diálogo con las personas era terrible porque teníamos que persuadirlos para que se vacunen”.


También, el personal de la posta tuvo que estar atento a otras cuestiones y realizar tareas que no estaban en los papeles. Por ejemplo, algunos adultos mayores tuvieron dificultades para enterarse de los turnos dado que no tenían los medios para recibirlo (llegaba por app, whatsapp o mail) o ninguna otra persona los ayudaba. Entonces, cuando llegaban con angustia al vacunatorio, se le tomaban los datos y, diariamente, se revisaban la lista de turnos y se les avisaba a aquellos que habían dejado su contacto.


Si bien hubo momentos de tensión, particularmente cuando muchas personas modificaron sus datos para agregar alguna comorbilidad y vacunarse antes que el resto, tanto Larribeau como Lorenzo coinciden en lo gratificante de la experiencia.


“De entrada entendimos de qué se trataba, lo tomamos como una misión humanitaria. Se hicieron muchos esfuerzos para traer las vacunas, la gente tuvo que vencer muchos prejuicios para vacunarse y fue la campaña más grande de la historia. Hicimos lo ordinario de manera extraordinaria porque pusimos el alma, el corazón y el cuerpo”, cierra Lorenzo.