Casa de la Cultura de Quilmes : Cuando el regreso nos trae a las ruinas
Se presentó la última función de “El Ex Alumno” en el cuerpo del elenco “Luz y Sombra” en la Casa de la Cultura de Quilmes. El pasado vuelve para mostrarnos una cruda realidad, y todo lo que creíamos intachable, hoy está en ruinas. Un texto interesante y por demás revelador, con la Dirección y Puesta en Escena de Alejandro Martín.
Se presentó la última función de “El Ex Alumno” en el cuerpo del elenco “Luz y Sombra” en la Casa de la Cultura de Quilmes. El pasado vuelve para mostrarnos una cruda realidad, y todo lo que creíamos intachable, hoy está en ruinas. Un texto interesante y por demás revelador, con la Dirección y Puesta en Escena de Alejandro Martín.
Podríamos pensar que el ex alumno vuelve a la casa de su profesora cantando, por lo bajo, “hoy he vuelto hasta tu casa/yo no sé cómo he podido…”, como reza la letra del tango. Puede ser. La cuestión es que, después de más de 20 años, ese ex alumno, Horacio Caletti, va a ver a su antigua profesora de Literatura y Latín. De paso por la ciudad de Campana, decide llegar hasta su casa, pensando encontrarla de la misma manera, con los mismos valores que marcan sus recuerdos. Y tal vez pensando en encontrarse a sí mismo. No será así.
Ésta es la trama de la obra que este domingo el elenco “Luz y Sombra” presentó por última vez. Este elenco, que cumple 63 años de trayectoria, nos regaló esta maravillosa obra, llena de matices y de sentimientos, y tal vez, de realidades. Y la mayor de las realidades, que es ésta: la vida pasa, pero si uno no se adapta a ella, pasa como un huracán, dejándonos huérfanos de todo. Dejando todo en ruinas.
“El Ex Alumno” es un texto del escritor argentino Carlos Somigliana, y transcurre en el año 1990. Como dijimos, Horacio Caletti viaja circunstancialmente a la ciudad de Campana, y sabe que allí vive su antigua profesora García Chávez. Llega para tributarle su afecto, al parecer, aunque no se sabe muy bien porqué llega. Y como los que llegan desatan pasiones, él las desata sin saberlo, y arriesga la vida en el intento, cosa que ni siquiera esperaba cuando traspuso la puerta con ánimo de agradecer, o ver, o reconocer, a su admirada profesora.
Pero la vida pasa. La profesora vive con su hija Laura, con la que mantiene una difícil relación, y vive muy magramente de una jubilación y algunos alumnos particulares. Nada mal, dirán los lectores. Es la vida de cualquiera. Puede ser. Pero entre los pliegues de la vida cotidiana esconde las espinas, que la llegada de Horacio no hace más que sacar a la luz.
El Elenco “Luz y Sombra” nos muestra un trabajo serio y prolijo. Tantos años de trayectoria le dan la solvencia que el grupo necesita. Luces adecuadas, escenografía de biblioteca con muchos, muchos libros que dan un marco que tal vez haya sido de esplendor en los mejores días de la profesora. Hoy ya no lo son. La realidad se ocupa de hacerse lugar por sí misma: no hay ningún afecto allí. Laura odia a su madre y se ocupa día a día de hacérselo saber, “a fin de que se muera más pronto”, según sus propias palabras.
Caletti, un hombre común, con una vida común, ya tiene a su vez sus propias historias que contar, y tal vez estas historias no sean pródigas en afecto. Trabaja para una metalúrgica como vendedor, tiene un divorcio en su haber, hijos de fin de semana y una pareja con la que convive. “Yo soy nadie, soy un ex alumno” dice a su vez. Y llega a la casa de la profesora García Chávez, interpretada por Adriana Martín muy ajustadamente. Germán Simón es Caletti, representando a un hombre correcto, que creyó todo lo que le enseñaron, punto por punto. Y tal vez su pecado fue no cuestionarlo, no dudar de él. Claro, la Argentina se fue cayendo, y aquellos ideales de “vida recta” que aprendió en el Colegio Nacional Buenos Aires de los ’70 no lo prepararon para la Argentina de hoy. También la realidad lo dejó trastabillando en un mundo que no termina de entender.
Laura Gauna es Laura, la hija que odia, la hija rechazada. Es hiriente y provocativa, y sabe, a pesar de tantas cosas que por su juventud de 19 años no sabe, sabe que está entrampada en ese odio. Quiere salir y no puede. Rechaza la sociedad pero busca que Horacio “se la lleve” como si fuera un objeto. Está dispuesta a todo, pero no a luchar por su libertad, al menos, no sabe cómo luchar por esa libertad que pregona. Y Mario, un amigo, un joven de buena posición que derrapa con su moto y anda armado, no puede ayudarla. Porque tampoco puede ayudarse a sí mismo, pero no le importa: tiene un arma. No quiere nada más.
Y hay más datos. El Operador de Luces y Sonido es Marcelo Solís, el Diseño de Vestuario está a cargo de Mariana Silombra, el Maquillaje es de Sonia Castillo Pérsico, la Asistencia Técnica de Laura Sánchez y Eduardo Wul, el Diseño de Utilería de Norberto Martín, el Diseño Escenoplástico de María Laura Battaglia y la Realización Escenográfica del propio Elenco. La Dirección, como adelantamos es de Alejandro Martín, que maneja correctamente los tiempos, y los actores lo siguen también muy bien.
El texto es muy revelador: desde la acepción de la palabra “temple”, que la profesora busca en su mente y no recuerda, hasta la de la palabra última que no llega. Porque por “temple” el saber popular interpreta fortaleza, unidad de espíritu para enfrentar la adversidad, porque se refiere a un punto de flexibilidad del metal, al que hay que endurecer para que no se doble ni se venza. Y esa dureza, esa falta de flexibilidad, deja afuera a todo lo que pueda ayudarlo. Deja afuera la adaptación a ideales nuevos o renovados. Deja afuera el afecto, que permite ir creciendo con el otro. Deja afuera a lo que se considera vulgar, burdo, inútil, que es una gran cantidad de cosas. El “temple” así entendido, no nos ayuda. Sólo nos aisla. Hasta que la ruina moral nos viene a visitar, como “El Cuervo” de Poe, para quedarse. Y para mostrarnos que hemos construido un esquema de Vida que se amuralla para que la Vida no pase, y que ese esquema que construimos es totalmente estéril.
Y en ese momento fatal, tal vez nos preguntemos cuál es la palabra que significa declinación, menoscabo, principio de debilidad o ruina. La profesora queda sola, después de pegarle a la hija con un látigo. Mario podría haberlos matado a todos. Su hija casi mata a su propia madre, y no ya como planea, día por día, sino de un golpe. Horacio escapa apenas con su alma en varios pedazos, creyendo que “lo peor de lo que ha pasado en estos veinte años y hoy es que yo me lo merezco”, asumiendo una culpa que en realidad es colectiva.
Cuando la luz se apaga, y la sala se llena de aplausos, pensamos que tal vez la culpa haya sido un poco de todos. Viendo esto, y dándonos cuenta, tal vez podamos cambiar la marcha implacable de las cosas.
Carlos Somigliana (n. 17 de mayo de 1932 en Buenos Aires; m. 29 de enero de 1987) fue un destacado dramaturgo argentino. Realizó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Buenos Aires. En 1958 se mudó por razones laborales a Ushuaia. Allí se vinculó por primera vez con un grupo de teatro y escribío su primera obra, “Amarillo”, la que fue puesta en escena el 22 de abril de 1965, cuando Somigliana ya se encontraba de regreso en Buenos Aires. Cinco meses después estrenó su segunda obra, “Amor de ciudad grande”.
Por la misma época comenzaban a estrenaban sus primeras obras quienes luego se reconocerían como la Generación del 60: Ricardo Halac, Roberto Cossa, Osvaldo Dragún, Germán Rozenmacher, Griselda Gambaro, Sergio De Cecco, Rodolfo Walsh.
A partir de 1981 fue uno protagonistas del Movimiento del Teatro Abierto, una reacción cultural contra la dictadura militar que tuvo una amplia influencia en la población. Osvaldo Dragún organizó el movimiento junto a otros hombres y mujeres de teatro como Roberto Cossa, Jorge Rivera López, Luis Brandoni y Pepe Soriano, apoyados por Adolfo Pérez Esquivel, recién elegido Premio Nobel de la Paz y Ernesto Sabato.2 El ciclo se repitió en 1982, en 1983 (con el lema de "Ganar la calle"), y en 1984 (el "Teatrazo").
En 1986 fundó junto con Roberto Cossa, Pepe Bove, Rubens Correa, Osvaldo Dragún y Raúl Serrano, el Teatro de la Campana en el sótano del histórico Teatro del Pueblo.
Murió abruptamente, el 29 de enero de 1987, a los 54 años. “El Ex Alumno” pertenece al año 1978. Como guionista de televisión, podemos nombrar a los mejores programas de la televisión argentina, como “Cosa Juzgada” (año 1970/71) y “Hombres en Pugna” (1980), Como guionista de cine, recordamos “Asesinato en el Senado de la Nación”.
Ésta es la trama de la obra que este domingo el elenco “Luz y Sombra” presentó por última vez. Este elenco, que cumple 63 años de trayectoria, nos regaló esta maravillosa obra, llena de matices y de sentimientos, y tal vez, de realidades. Y la mayor de las realidades, que es ésta: la vida pasa, pero si uno no se adapta a ella, pasa como un huracán, dejándonos huérfanos de todo. Dejando todo en ruinas.
“El Ex Alumno” es un texto del escritor argentino Carlos Somigliana, y transcurre en el año 1990. Como dijimos, Horacio Caletti viaja circunstancialmente a la ciudad de Campana, y sabe que allí vive su antigua profesora García Chávez. Llega para tributarle su afecto, al parecer, aunque no se sabe muy bien porqué llega. Y como los que llegan desatan pasiones, él las desata sin saberlo, y arriesga la vida en el intento, cosa que ni siquiera esperaba cuando traspuso la puerta con ánimo de agradecer, o ver, o reconocer, a su admirada profesora.
Pero la vida pasa. La profesora vive con su hija Laura, con la que mantiene una difícil relación, y vive muy magramente de una jubilación y algunos alumnos particulares. Nada mal, dirán los lectores. Es la vida de cualquiera. Puede ser. Pero entre los pliegues de la vida cotidiana esconde las espinas, que la llegada de Horacio no hace más que sacar a la luz.
El Elenco “Luz y Sombra” nos muestra un trabajo serio y prolijo. Tantos años de trayectoria le dan la solvencia que el grupo necesita. Luces adecuadas, escenografía de biblioteca con muchos, muchos libros que dan un marco que tal vez haya sido de esplendor en los mejores días de la profesora. Hoy ya no lo son. La realidad se ocupa de hacerse lugar por sí misma: no hay ningún afecto allí. Laura odia a su madre y se ocupa día a día de hacérselo saber, “a fin de que se muera más pronto”, según sus propias palabras.
Caletti, un hombre común, con una vida común, ya tiene a su vez sus propias historias que contar, y tal vez estas historias no sean pródigas en afecto. Trabaja para una metalúrgica como vendedor, tiene un divorcio en su haber, hijos de fin de semana y una pareja con la que convive. “Yo soy nadie, soy un ex alumno” dice a su vez. Y llega a la casa de la profesora García Chávez, interpretada por Adriana Martín muy ajustadamente. Germán Simón es Caletti, representando a un hombre correcto, que creyó todo lo que le enseñaron, punto por punto. Y tal vez su pecado fue no cuestionarlo, no dudar de él. Claro, la Argentina se fue cayendo, y aquellos ideales de “vida recta” que aprendió en el Colegio Nacional Buenos Aires de los ’70 no lo prepararon para la Argentina de hoy. También la realidad lo dejó trastabillando en un mundo que no termina de entender.
Laura Gauna es Laura, la hija que odia, la hija rechazada. Es hiriente y provocativa, y sabe, a pesar de tantas cosas que por su juventud de 19 años no sabe, sabe que está entrampada en ese odio. Quiere salir y no puede. Rechaza la sociedad pero busca que Horacio “se la lleve” como si fuera un objeto. Está dispuesta a todo, pero no a luchar por su libertad, al menos, no sabe cómo luchar por esa libertad que pregona. Y Mario, un amigo, un joven de buena posición que derrapa con su moto y anda armado, no puede ayudarla. Porque tampoco puede ayudarse a sí mismo, pero no le importa: tiene un arma. No quiere nada más.
Y hay más datos. El Operador de Luces y Sonido es Marcelo Solís, el Diseño de Vestuario está a cargo de Mariana Silombra, el Maquillaje es de Sonia Castillo Pérsico, la Asistencia Técnica de Laura Sánchez y Eduardo Wul, el Diseño de Utilería de Norberto Martín, el Diseño Escenoplástico de María Laura Battaglia y la Realización Escenográfica del propio Elenco. La Dirección, como adelantamos es de Alejandro Martín, que maneja correctamente los tiempos, y los actores lo siguen también muy bien.
El texto es muy revelador: desde la acepción de la palabra “temple”, que la profesora busca en su mente y no recuerda, hasta la de la palabra última que no llega. Porque por “temple” el saber popular interpreta fortaleza, unidad de espíritu para enfrentar la adversidad, porque se refiere a un punto de flexibilidad del metal, al que hay que endurecer para que no se doble ni se venza. Y esa dureza, esa falta de flexibilidad, deja afuera a todo lo que pueda ayudarlo. Deja afuera la adaptación a ideales nuevos o renovados. Deja afuera el afecto, que permite ir creciendo con el otro. Deja afuera a lo que se considera vulgar, burdo, inútil, que es una gran cantidad de cosas. El “temple” así entendido, no nos ayuda. Sólo nos aisla. Hasta que la ruina moral nos viene a visitar, como “El Cuervo” de Poe, para quedarse. Y para mostrarnos que hemos construido un esquema de Vida que se amuralla para que la Vida no pase, y que ese esquema que construimos es totalmente estéril.
Y en ese momento fatal, tal vez nos preguntemos cuál es la palabra que significa declinación, menoscabo, principio de debilidad o ruina. La profesora queda sola, después de pegarle a la hija con un látigo. Mario podría haberlos matado a todos. Su hija casi mata a su propia madre, y no ya como planea, día por día, sino de un golpe. Horacio escapa apenas con su alma en varios pedazos, creyendo que “lo peor de lo que ha pasado en estos veinte años y hoy es que yo me lo merezco”, asumiendo una culpa que en realidad es colectiva.
Cuando la luz se apaga, y la sala se llena de aplausos, pensamos que tal vez la culpa haya sido un poco de todos. Viendo esto, y dándonos cuenta, tal vez podamos cambiar la marcha implacable de las cosas.
Carlos Somigliana (n. 17 de mayo de 1932 en Buenos Aires; m. 29 de enero de 1987) fue un destacado dramaturgo argentino. Realizó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Buenos Aires. En 1958 se mudó por razones laborales a Ushuaia. Allí se vinculó por primera vez con un grupo de teatro y escribío su primera obra, “Amarillo”, la que fue puesta en escena el 22 de abril de 1965, cuando Somigliana ya se encontraba de regreso en Buenos Aires. Cinco meses después estrenó su segunda obra, “Amor de ciudad grande”.
Por la misma época comenzaban a estrenaban sus primeras obras quienes luego se reconocerían como la Generación del 60: Ricardo Halac, Roberto Cossa, Osvaldo Dragún, Germán Rozenmacher, Griselda Gambaro, Sergio De Cecco, Rodolfo Walsh.
A partir de 1981 fue uno protagonistas del Movimiento del Teatro Abierto, una reacción cultural contra la dictadura militar que tuvo una amplia influencia en la población. Osvaldo Dragún organizó el movimiento junto a otros hombres y mujeres de teatro como Roberto Cossa, Jorge Rivera López, Luis Brandoni y Pepe Soriano, apoyados por Adolfo Pérez Esquivel, recién elegido Premio Nobel de la Paz y Ernesto Sabato.2 El ciclo se repitió en 1982, en 1983 (con el lema de "Ganar la calle"), y en 1984 (el "Teatrazo").
En 1986 fundó junto con Roberto Cossa, Pepe Bove, Rubens Correa, Osvaldo Dragún y Raúl Serrano, el Teatro de la Campana en el sótano del histórico Teatro del Pueblo.
Murió abruptamente, el 29 de enero de 1987, a los 54 años. “El Ex Alumno” pertenece al año 1978. Como guionista de televisión, podemos nombrar a los mejores programas de la televisión argentina, como “Cosa Juzgada” (año 1970/71) y “Hombres en Pugna” (1980), Como guionista de cine, recordamos “Asesinato en el Senado de la Nación”.
Por Adriana Sylvia Narvaja,
Para “Algo Especial Protagonista del Presente”
Para FM ELIT 97.1, viernes 16 horas.
Para “Algo Especial Protagonista del Presente”
Para FM ELIT 97.1, viernes 16 horas.





