19 de noviembre de 2014

Artículo de análisis: Comunicarse es abrir el alma

Con frecuencia, hablamos y hablamos pero no nos comunicamos. Hablamos y las palabras son trampas con las que nos ocultamos. Palabras devaluadas, como moneda gastada, sin valor, que corre de mano en mano. 
Es el lenguaje de lo comercial, lo político, y hasta lo afectivo: palabras, palabras, palabras, sin alma, sin verdad. Palabras para atrapar, para seducir, para engañar, para dominar. Por eso, palabras tan graves como “lo juro”,
“prometo”, “te amo”, “cuenta conmigo”..., encierran con frecuencia la mentira, la traición, el abandono, la soledad.
La tecnología moderna ha hecho más importante el medio que el mensaje.
Ni los celulares, ni el fax, ni el correo electrónico nos han ayudado a comunicarnos mejor. 

Necesitamos comunicarnos cuando estamos lejos, pero somos incapaces de comunicarnos cuando estamos juntos. No es lo mismo hablar que decir. Algunos hablan mucho, pero no dicen nada: mera cháchara hueca, trivial. Otros, con muy pocas palabras o incluso sin palabras, expresan grandes sentimientos e ideas. Las personas hablan y hablan, pero raramente comunican sus miedos, angustias, ilusiones... 

Algunas veces viven extraños en la misma casa, en la misma cama, repitiendo rituales vacíos, escuchando en silencio al televisor, el personaje más importante de la familia.
Si queremos comprender y comunicarnos con nuestros seres queridos, debemos aprender a escucharlos. Escuchar sus silencios, los dolores de sus almas, los gritos de sus inseguridades y miedos. Escuchar lo que se expresa y lo que no se expresa, lo que dicen y lo que callan, los intangibles “me duele”, lo que traen de la calle, los amigos, de los colegas. Escuchar lo que piensan, sin decirlo, y por qué no, una palabra amable al día. 
Saber escuchar, es indispensable, para saber qué decir, para superar las trampas de la apariencia de la comunicación. 

Las palabras construyen realidades. Una palabra o una frase, un gesto, pueden influir sobre manera en el crecimiento o en el estancamiento de los procesos de desarrollo que vivimos día a día.
Hablar, preguntar, sin inquirir es enseñar a escuchar lo importante y también lo intrascendente para ser capaces de oír lo que dicen las miradas, los gestos, las ásperas voces del mal humor, pues, cuando alguien está mal, a veces sólo puede bastar un abrazo.
La voz del silencio se hace educativamente necesaria en un mundo tan lleno de ruidos, para así avanzar hacia un diálogo cada vez más rico y humanizador.
Escuchar el silencio en calma como lugar fecundo y germinador de palabras verdaderas.

Lic. María Maldonado
Terapeuta Familiar
Psicotécnicos – Orientación Vocacional
MP: 61787